Más que ser “un país rico pobremente administrado”, República Dominicana tiene una gran carencia de “orden” en todo el sentido de la palabra.
El orden, por ejemplo en el tránsito. Basta ver el desprecio a las señales o a las normas con que se conduce en nuestras calles.
Delante de la mayoría de los tapones hay una imprudencia no sancionada por parte de algún conductor.
Falta orden hasta en cosas tan elementales como hacer una fila, pues siempre aparece quien se cree más vivo que los demás para querer adelantarse a los que pacientemente esperan turnos.
También se expresa la falta de orden cuando ante un tribunal, no importa la materia, no basta con tener las razones de derecho para sentirse confiado en ser favorecido.
Falta orden en la burocracia pública, pues para hacer cualquier procedimiento hay que estar sujeto al ánimo del “servidor público”.
Falta orden en la convivencia entre vecinos, los linderos no se respetan, la basura se saca en cualquier momento, los camiones recolectores no cumplen la frecuencia.
En el transporte público la falta de orden alcanza niveles supremos. Solo hay que imaginarse a un turista tratando de moverse usando unos de nuestros carros de concho o en las intrépidas voladoras.
Falta orden en el cumplimiento de las responsabilidades tributarias y en la forma en que se gastan los fondos públicos.
El nuestro tiene todo para ser un gran país, pero la falta de orden impide que alcance su plenitud.
La falta de orden es una de las grandes retrancas de la República Dominicana.
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